Irrebasable: George Orwell vs. David Bowie
Por Eduardo Paredes Ocampo
@e_paredesoc
El 26 de enero de 2014 caminamos en un mundo no imaginado. Sin saberlo, miramos edificios, calles que en 1989 habíamos concebido diferentes. Quedan solamente prácticas, ensayos del devenir que ni al pasado alcanzan. Sobre una patineta voladora, Marty Mcfly volvió al futuro entre nosotros –y seguimos siendo, básicamente, los mismos.
Como Robert Zemeckis en Volver al futuro, George Orwell en 1984 y Stanley Kubrick en 2001: Odisea del espacio trataron de predecir lo irrebasable: una gigantesca apatía hacia el género humano conjunta a la absoluta confianza en su inteligencia (especialmente tecnológica). Rebasada cada efeméride con tan poco de lo augurado a la vista, una conclusión se asoma: ni tan malos ni tan listos somos.
En 1974, con su peculiar sentido de la armonía, David Bowie basó la segunda parte de su disco Diamond Dogs en una de estas predicciones: 1984. A sólo diez años de cumplirse el apocalipsis social imaginado por Orwell, el rock lo revitalizó. Haciéndose de la actitud revolucionaria de su época, Bowie interpreta demasiado personalmente lo escrito. Con letras como, “You said it would last, but I guess we enrolled/ In 1984 (who could ask for more)”, el cantante presenta un mundo más optimista, en donde la adhesión es opcional, que Orwell para quien el servilismo ante el poder es obligatorio porque “BIG BROTHER IS WATCHING YOU”.
¿Tanto cambiaron las condiciones desde 1949 (fecha de la publicación del libro) a 1974 para que el cantante suavizara 1984? O, más bien, ¿es que Bowie sabía tan cercano el año del libro y tan lejano lo predicado que lo actualizó? La inmediatez de la catástrofe, la Segunda guerra mundial, sólo produjo la hipérbole, el fatalismo. Lejos de la instauración del totalitarismo de principios del siglo XX, leemos como inverosímiles partes de 1984. Paradójicamente la ciencia ficción es el género literario más presto a fosilizarse. ¿No nos suena infantil la “ironía” de los nombres de los diferentes departamentos del poder de Big Brother: “Minestry of Truth”, Ministry of Love”? Aún así, con su humanidad introspectiva (“Come see, come see, remember me?/ We played out an all night movie role”), Bowie mantiene el mito y su decir nos resembla más, a nosotros, herederos por treinta años de aquél catastrófico devenir.
Con un mayor interés en una increíble contextualización que en el desarrollo de un argumento estable, repetidamente la ciencia ficción falla en su uso de artilugios literarios básicos. Winston, Julia y O’Brien, los personajes principales de Orwell, por ejemplo, se involucran en una conversación de pretendido aliento dramático, cuyo resultado, para el lector moderno (quizá demasiado acostumbrado al constante holocausto), es, más bien, ridículo:
“You are prepared to give your lives?”
“Yes.”
“You are prepared to commit murder?”
“Yes.”
“To commit acts of sabotage which may cause the death of hundreds of innocent people?”
“Yes.”
[…]
“If, for example, it would somehow serve our interests to throw sulphuric acid in a child’s face – are you prepared to do that?”
“Yes.”
[…]
“You are prepared, the two of you, to separate and never see one another again?”
”No!” broke in Julia.
Sin embargo, Bowie, como personaje dentro de su propio melodrama, también se tropieza. Si con su música reinventa el añejo mundo de Orwell, con su absurdo sentido de la moda hace de su futurismo un tambaleo. Pero no culpemos a sus elecciones: la rapidez con que en el siglo XX muta la moda hace imposible no osificarse. Si bien el vestir de sólo ayer nos parece risible, nada ampara al tiento vanguardista de Ziggy Stardust.
Pero mientras, bien o mal, podemos achacar al contexto histórico –a la presteza de los tiempos- del ropaje de Bowie, con Orwell solas se apuntalan sus decisiones estéticas. Son ejemplos la ingenuidad con que se describe el antiguo capitalista (“They owned everything that was there was to own. They lived in great gorgeous houses with thirty servants. […] they drank champagne, they wore top hats”) y el infantil miedo del protagonista a las ratas (“If you are falling from a height it is not cowardly to clutch at a rope. If you have come up from deep water it is not cowardly to fill your lungs with air. […] It is the same with rats. For you, they are unendurable”) de aquello que calcifica la obra de Orwell.
El dinamismo de Bowie no trunca la complejidad del ser. Por eso es verdaderamente irrebasable. El estatismo de Orwell, por el contrario, hace del héroe –temáticamente quien escapa de la robotización del hombre- el sujeto formalmente más automático del libro. Bowie habla humanamente del escape, utilizando ejemplos concretos (“I’m looking for a vehicle,/ I’m looking for a ride/ I’m looking for a party, I’m looking for a side/ I’m looking for the treason that I knew in ’65/ Beware the savage jaw/ Of 1984”); Orwell, en un afán de llegar a lo universal, sólo repite clichés (“Confession is not betrayal. What you say or do doesn’t matter, only feelings matter. If they could make me stop loving you – that would be the real betrayal.”) Lo mundanal del primero (¿quién no busca un vehículo?; ¿quién no busca un partido político?) es obvio para el segundo (el AMOR puede salvarlo todo): sin pies en el suelo, toda impostura vive de aire. Ante el hermoso bloque de mármol de 1984, Bowie esculpió Diamond Dogs.
Pese a su llaneza artística, la trilogía de Volver al futuro alcanza a decirnos lo que 1984 dejó del lado. Que en el viejo oeste, en la agonía de los ochenta, en la euforia rockanrollera de los cincuenta y aún en el distante 2014 Marty Mcfly enfrente al mismo villano valiéndose de los mismos medios –sea una sencilla patineta o sea una voladora- burdamente explica nuestras resemblanzas. Irrebasables –clásicas, si se quiere- son las obras que, pese a predecir tan prestos plazos a cumplirse, logran ese espejo.