La Rosenvinge: una madonna fatal en vivo
Fotografías por Luis Omar González
Texto de Nallely Pérez
El poder de convocatoria que tiene sólo se constata con su llamado, momento en el que sus seguidores emergen para ir a verla estupefactos. Hasta su telonera, una cantante chilena de voz melosa, sabía de la ansiedad de los presentes, por ello fue breve en la ejecución de cuatro de sus canciones, todas ellas de desamor. Pasaban las veintidós horas cuando la madrileña se hizo presente en el escenario de Galera, ovacionada e impecable comenzó acompañada por un cuarteto de músicos la ejecución perfecta de algo de su repertorio, pues éste es tan numeroso y acumula tantos años de trayectoria que siempre tiene de dónde escoger. La espera había llegado y ahí estaba Christina Rosenvinge en vivo en la Ciudad de México: “gracias por venir, os hemos deseado tanto”, dice tras iniciar el gig con el sugerente tema “La niña animal”.
Coincidencia que sea el Día de la InDependencia gringa y aunque tácito el tema, la rubia de 55 años que parece de 30 menos, se posiciona en contra de los muros, incluso de esos de agua que separan a España de África y que son el tormento de esos miles de migrantes que cuando logran llegar a la Puerta del Sol se tienden a vender mercancía china con la cara marcada. Su padre, ese frío nórdico con el que dice jamás logró congeniar ni entender, pues lo mismo admiraba a Lorca que a Franco, fue una de las máximas inspiraciones de Un Hombre Rubio, su más reciente material discográfico, de modo que canta “El romance de la plata”. Pero no todo se va en promocionar tal “disco”, disponible desde su lanzamiento de manera gratuita en la red, así que “Pálido” retumba como himno a la nostalgia.
Los piropos le llueven y ella como amazona perversa, siempre negándose a ser estampa de la femme fragile, los recibe mientras sopla besos al viento. Es tan cercana a su audiencia que todos saben que “Jorge y yo”, habla no libre de guiños incestuosos de su hermano. Y el concierto sigue sin falla alguna, más y más temas, “Silencio”. “La distancia adecuada”, dedicada a Nacho Vegas, es presentada en una versión más rápida, ¿será que Christina no la quiere nunca más igual a la original grabada en 2008? Para qué entrar en suposiciones si el soft journalism se parece, pero no es como la prensa rosa. Sigue entre una canción y otra el raudal de halagos hacia la rubia que como una tía imperecedera interactúa con el público natural y desenvuelta, agradeciéndole a todos ellos que una noche antes la acompañaron a la presentación de Debut, el primer libro de ella que por más de una década fuera la pareja sentimental del novelista Ray Lorriga, con quien en diciembre de 1993 fue testigo del único recital que Allen Ginsberg dio en Madrid.
Tal vez no haga falta del todo leer Debut para saber de qué van sus canciones, éstas ya están tan incrustadas en sus seguidores que cada quien se las apropia, así que es entendible “Tú por mí, yo por ti” tenga sus propias raíces en ese chico de los ojos inundados. Christina y los niños cantores de la Vieja Nueva España interpretan “Alguien que cuide de mí”: “os llevaré de gira”, promesa falsa más contundente. Ella, a diferencia de la chilena que le abrió, no siempre es autobiográfica, así que en lugar de llorar por el dizque abandono violento de los hombres, se hace la hombre; ahí está vestida de un hombre formal. Con una rayada corbata que porta como la Lavinge jamás hubiese podido, entrega su oda al cunnilingus con el “ahora quién lamerá cada elegante pluma de tu nido” de “Ana y los pájaros”. E invita a ser florecitas a todos y también los primeros de una estirpe con más temas.
Ya ronda la medianoche y la madonna subterránea se pasea por un pequeño escenario que no le queda chico, pues es su genio y no una gran producción detrás lo que la avala. Ya sin saco y más despeinada que al arrancar su actuación, se descubre como la femme fatal que es y le da por un set list mucho más feminista que cualquier emulación a las Pussy Riot, uno donde poderosa berrea como buena cantante que es ¡siempre con algo de desafino! “La muy puta” y “La tejedora”. Una vez más vuelve al travestismo y se acomoda la corbata para ser un hombre rubio y formal, “Mil pedazos” hace de la Galera karaoke en vaivén. Le sigue “Mi vida bajo el agua”: “mi pequeña odisea no tendrá quién la lea, que se le va a hacer”, pero todo es cosa del pasado, a la Rosenvinge ya no sólo se le escucha también se le lee, tarde pero segura viene a las letras, de donde ha sido una lírica incesante.
Se va yendo sin irse, el primer encore es casi inmediato, “La piedra angular” y “Voy en un coche” se entrelazan y el público pese a saber el final de la noche se avecina no baja el ímpetu, se puede observar a una familia heteroparental con su menuda hija adolescente mirar complacida a la vez que con dejos de escepticismo el show que ofrece la española-danesa. Un adiós que no lo es, y vuelve a salir al escenario, para cerrar con “Anoche (El puñal y la memoria)”, última pieza en la que de improviso invita a subir a la escenario a todos ellos que puedan treparse. La fiesta que agonizaba, ha muerto. Tendrán que transcurrir un par de años para que la madonna fatal que es Christina Rosenvinge vuelva a la capital mexicana, donde se le quiere por alguna extraña razón que va más allá de su pálida belleza, tal y como habría de ser con toda aquella cantante que se llame y sea una artista hecha a mano y de una pieza.