Radiohead y el tercer mundo: a 20 años del OK Computer

Por Eduardo Paredes Ocampo

La paradoja del gato, La diabla, El trastorno. Nombre de algunos de los lugares donde Radiohead vino a tocar (“Creep”) en 1994. Geografía que muchas playeras negras dice, el promedio del pelo anacrónicamente largo. Reticente, el eco de los ochenta anda entre las telarañas y algunos hasta ese día se enteran de que Kurt Cobain murió siete meses antes.

¿Quién puede juzgar el atraso de los pueblos donde tocaron, lugares como Ojo de Agua, Estado de México? Quizá fue más que la razón puramente comercial –su convenio con EMI– lo que mantuvo a Radiohead casi quince años fuera del país. Se dice que la exigencia del público los obligó a tocar “Creep” dos veces, que, dos de ellos veganos, tuvieron problemas con la comida, que Thom Yorke encontró mi***a en un mingitorio, que, consecuentemente, lo pateó y se hirió el pie, que los asaltaron… Pero, aparte de eso, basta darse una vuelta al Bulldog en la Ciudad de México –lugar en donde también se presentaron– para entender el grado de dilapidación estética que los recibió.

Entre 1995 y 2009, fecha en la que finalmente regresó, Radiohead hizo su revolución. En el centro se encuentra la obra que representa uno de los mayores parteaguas de la música contemporánea y que el mes de mayo cumplió sus primeros veinte años: OK Computer. Suficiente se ha dicho acerca de su importancia artística –y más se dirá en los años a venir. Pero siendo una obra transnacional (de hecho, el disco salió a la luz primero en Japón), valdría la pena considerarla en el contexto hipotético de Sandra, una asistente al concierto de Ojo de Agua.

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Entusiasta de los “toquines” Sandra es asidua de El trastorno. Toca guitarra en un grupo de rock latino –Las ratonas. Su influencia principal era Caifanes aunque, penosamente para ella, ahora se inclinan hacia Blink 182. Para llegar a lo que empiezan a llamar el “antro” y que pronto derribarán para poner un supermercado (un Soriana) tiene que tomar un camión. En el trayecto (si le toca sentarse) escucha su Walkman. Un solo disco le ha bastado para cada travesía de esa semana: el OK Computer. Entre “Let Down” y “Karma Police” llega.

Hela ahí, ante el recinto donde, tres años antes y por pura casualidad, vio por primera vez (y será la única) al grupo que la obligó a adquirir el disco por el que más ha pagado. El fin de semana pasado fue con sus amigos a la plaza de Santa Fe. En el hoy extinto Tower Records, ante el estante de importación, sostuvo el disco que ahora está rematado en 99 pesos en cualquier MixUp. Sus amigos, cuyo conocimiento musical se reduce a MTV, gastan 120 por el “Reload” de Metallica. Ella acaba pagando cuatro veces eso.

Entra por donde será la Salchichería en el Soriana.

Cinco horas después, sale. Pese a haberlos alojado hace tres años, no tocaron ni una de sus canciones. Resonó Héroes del Silencio y Control Machete (en unos meses lo invadirá Plastilia Mosh). De regreso, si un amigo no le da aventón, tiene que caminar una hora sobre la carretera. Por “Lucky”, su canción favorita, ignora la precaución contraste con la que desde entonces hasta hoy vive: se pone los audífonos.

Después de esa noche no volverá a El trastorno. Quizá son las letras de “Karma Police” –“ Karma police/ Arrest this man/ He talks in maths/ He buzzes like a fridge/ He’s like a detuned radio/ Karma police/ Arrest this girl/ Her Hitler hairdo/ Is making me feel ill/ And we have crashed her party”– pero al siguiente día se dice que ya no le gusta “la banda”: le dan mal karma. En su mente quedará una imagen híbrida del lugar –mitad ficción, mitad realidad. Cada vez que en los años sucesivos vuelva a aquel día de 1994 en su memoria, la repetirá como un réquiem: Thom Yorke tocando “Exit Music (For a Film)” tres años antes de ser compuesta.

Para 2009, cuando habría podido volver a ver a Radiohead y escuchar las canciones del OK Computer en vivo, Sandra decide no ir al concierto. Ahora vive en la Ciudad de Mexico y está esperando un hijo. Radiohead la perdió con el Kid A y la paulatina desaparición de las guitarras. Por eso no entiende In Rainbows, disco que la banda viene promocionando en la gira. Repudiará The King of Limbs.

Algo de la estética que ha entrado con la expansión del internet no le cuadra. La inundación de voces británicas y sintetizadores –sacados de YouTube, bajados en torrents– hacen crujir los goznes de su educación sentimental. Entre sus amigos se dice que “es demasiado” y justifican su apreciación retrógrada con un símil sacado de la economía: cantidad encarece calidad. Sin la banda ancha y muy lejos todavía de Spotify (“the last desperate fart of a dying corpse”, según Thom Yorke), los noventa todavía eran ese nicho de unas cuantas canciones. La comunidad melómana fue rápidamente reemplazada por el individuo súper especializado (everyone is into something nowadays). El impacto en la música nacional –en lo que pudo haber sido Las ratonas– es brutal: desaparece.

Un día de 2017, Sandra regresa a Ojo de Agua a visitar a su madre. No lo sabe pero ese domingo el OK Computer cumple veinte años. Empuja la carriola del hijo al que a menudo pone “No Surprises” para dormir. Las calles están desiertas. Algo nuevo en el panorama repentinamente atrae su atención. El Soriana ha desaparecido para dar lugar a la construcción de lujosos apartamentos. En el viento escucha la voz de Thom Yorke en “The Tourist”, última canción del OK Computer:

Hey man, slow down
Slow down
Idiot, slow down
Slow down