DISTRITAL FESTIVAL: Lucifer y un México reimaginado
Por Ulises Miguel
Lucifer es un filme que convierte a un México no citadino en protagonista de una historia real-ficticia dirigida por Gust Van Den Berghe. ¿Cómo lo hace? Retratando la cotidianeidad de un pueblo michoacano a través de sus habitantes, quienes se transforman en actores de su propio mundo.
Con estas características, la cinta se convierte en algo más que un documental o una película convencional, ya que al involucrar a personas que habitan en el lugar de la filmación, comienza un juego cinematográfico donde la realidad se mezcla con una historia que les permite a los personajes extender sus vivencias en un mundo imaginado, pero enteramente referencial.
Para materializar esa mezcla de fantasía y realidad, Den Berghe nos muestra un relato donde el Ángel Caído del génesis bíblico llega a la Tierra en forma de un falso curandero para desenmascarar la falsa enfermedad de Emanuel, uno de nuestros protagonistas, con una acción divina.
Tras ese “episodio milagroso”, Lupita, otro de los personajes principales del filme, organiza una muestra típica de agradecimiento en el México rural: bebidas, música y baile hasta el amanecer. Después de la celebración y la esperanza que inunda al pueblo por la presencia de un ente cercano a Dios, la sobrenaturalidad del suceso se desmorona poco a poco por la duda y la desaparición repentina del Ángel Caído.
Así la fe religiosa de nuestra protagonista parece quebrase y la redención punitiva se presenta como la única salida, al tiempo que la culpa, la presión del pueblo, las deudas de su hermano y la humillación anímica se convierten en puñales que desangran su espíritu hasta dar el paso que trasciende la muerte corporal.
A la historia se suman también los episodios y referencias místicas que envuelven las acciones de los personajes, así como el recurso técnico de un lente circular utilizado por Den Berghe para enfatizar escenarios y centrar la atención en los actores; de esta manera, visualizamos una composición estética que no recurre a panoramas abismales y centraliza nuestra ojos en pequeñas porciones constantes del lugar donde se desarrolla el filme.
Al reunir estas particularidades narrativas, el director nos adentra a un mundo que se tambalea entre lo verosímil y la imaginación para enseñarnos un México alejado de la “modernidad”, así como un México místico y tradicionalista del que todos somos parte.