¡Balacera en la Roma!
Por José M. Vacah
Con una mano sobre el volante, Coca Durán tomó un cigarrillo de los Malboro
que llevaba en la bolsa interior de su chaqueta negra y lo encendió.
Apenas había hecho esto, una bala impactó el retrovisor lateral izquierdo volándolo. Aceleró, aturdido, mientras empujaba a su compañero, golpeándolo en el hombro. ¡Saca la cabeza, idiota! dijo, al mismo tiempo que giraba el auto para meterse en una calle, sonó otro disparo y luego otros más. El cigarrillo cayó de sus labios al abrir la boca para proferir un chinguen a su madre estentóreo, como un trueno potentísimo a mitad de la tormenta, quemando la tela en el asiento. Giró la cabeza y miró por un segundo a su acompañante, antes de volver a centrar toda su atención en el camino. Lo menos que deseaba en este momento era chocar, no quería morir sin acabar con los dos cerdos que los seguían. Sabía que su copiloto tenía miedo, pero confiaba en él, porque mantenía la certeza de que Tambor Ojeda era un buen tirador, aunque le temblara la mano algunas veces. En ese instante, mientras esquivaba un bache, recordó la primera vez que vio a su amigo. Este pinche gordo va a ser mi pareja, pensó. Sí, le dijo el jefe, es el hombre más confiable que tengo. ¡Ni pedo!, pensó, mientras tomaba la Walther p-88 de su funda, sopesándola.
Coca sabía que Tambor era un tipo nervioso por naturaleza, un tipo que no podía conservar la sangre fría ni aunque estuviera muerto en un congelador a menos de ochenta grados bajo cero. Sin embargo, no por nada lo habían elegido para esta misión. Algo en este pinche gordo había que el jefe R. no dudó ni un instante de su capacidad operativa. ¿Qué tendrá el gordo? seguía preguntándose.
Desde hace 3 años, Durán no podía dejar de chingarse una líneas de polvo para aguantar las desveladas de su trabajo en la policía, por eso le pusieron Coca, un mote que detestaba. El vicio le trajo muchos problemas, estuvieron a punto de correrlo de la corporación, sin embargo, salió este jale y el jefe R. le advirtió, esta es tu última oportunidad Durán, no me falles cabrón, o ya sabes.
Volvió a gritar la misma orden, ¡saca la cabeza! El otro callaba, Durán volvió a mirarlo fugazmente, si fueran otras las circunstancias, hubiera bromeado al respecto de la ropa que usaba su amigo, Tambor traía puesto un disfraz de lagartija, una de esas botargas que utilizan para promocionar el área de reptiles en el zoológico de San Juan de Aragón, una de esas pinches botargas cagadas que también usan en los programas de televisión para niños, traía el traje verde de lagarto y la cabeza del atuendo estaba en la cajuela, junto a los documentos que robaron. También habían rateado el disfraz, lo bueno es que el bato a quien le quitaron la madre esa se dejó desnudar, mientras lo encañonaban para que no hiciera ningún movimiento en falso. Disfrazado así fue la única manera que se les ocurrió de entrar al hotel para robar el maletín sin ser identificado.
Otra bala impactó en el parabrisas, ambos policías se agacharon instintivamente. Era difícil maniobrar el auto ante tales condiciones, eran las tres de la madrugada y una espesa capa de neblina hacía más denso el aire de la ciudad de México, el viento estaba frío, la colonia Roma parecía una alucinación, no se reconocía ninguna pinche calle. No había dejado de meter el acelerador, iba a más de 120 km/h, trataba de perder el Impala negro que los perseguía.
Ambos policías estaban cansados, sólo esperaban la muerte o la victoria, no hay tregua en esto. Esta vez lo amenazó, ¡si no sacas la maldita cabeza, voy a arrancártela! lo dijo con tanta furia que golpeó, accidentalmente, el claxon. Tambor empuñó su arma, una Sig Sauer de 9mm, y la besó. Coca Durán soltó una carcajada y se persignó. El gordo sacó el torso por la ventanilla al mismo tiempo que disparaba, falló los primeros disparos. Entró al auto y suspiró. Volvió a sacar la cabeza, esta vez trató de centrar su objetivo pero su mano temblaba frenéticamente, una bala le pasó silbando, así le era imposible mantener un objetivo fijo, sabía que no iba a dar en el blanco, tragó saliva, era su oportunidad o iban a matarlo, y disparó. Un acto osado para tales circunstancias, dejar la última bala de su cargador a la fortuna. Quiso disparar a uno de los neumáticos, para descontrolar el vehículo. Intentó centrar la llanta, cerró los ojos y jaló el gatillo. El coche perdió el control y fue a estrellarse contra uno de los autos aparcados sobre la acera. Había disparado a su conductor en la frente, un resultado fortuito, increíble. Comenzó a sonar la alarma del auto recién chocado.
Durán frenó inmediatamente, saltó del auto con su arma extendida y comenzó a disparar hacia el área del conductor del Impala, fueron más de diez tiros hasta que pudo acercarse a una distancia en la que se percató de que ambos cerdos estaban inmóviles, abrió la puerta del conductor y sacó de un tirón el cuerpo inerte, lo levantó en vilo del tal manera que su rostro pudiera quedar frente a frente con el suyo, reparó en la herida de bala en la frente y soltó el cadáver. Miró hacia el asiento del copiloto y entró al auto como una fiera, de un movimiento quedó adentro del vehículo y estrelló su puño en el cráneo del hombre. El hombre lanzó un quejido y se desmayó, estaba noqueado. Durán maldijo su suerte y volvió a golpear el cráneo de su desmayado rival, lo golpeó otras cinco veces hasta que Tambor lo jaló arrojándolo fuera del auto. ¡Vámonos!, le dijo. Pero Coca no escuchaba, estaba sordo de la ira. ¡Vámonos!, volvió a decir y, ante el acceso de cólera de aquel, lo cargó sobre sus hombros. Ojeda era más alto y fornido que su compañero, fácilmente le doblaba el peso y la altura. Sólo de esta manera pudo llevarlo a la fuerza hasta su Tsuru. Ahora Tambor era quien manejaba, Coca permanecía silencioso, con la mirada perdida, acariciando su arma, tal vez escuchaba la voz de su abuela en su mente que le decía ¡Lo hiciste mal, todo mal! ¡Como siempre! ¡Pequeño idiota! ¡Luis el idiota! ¡Luis el idiota!
-¿A dónde vamos compadre?
– A Ecatepec, ahí tenemos que dejar el maletín- rugió Coca Durán mientras extraía un cigarrillo de su chamarra negra.
Continuará…
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