Cinema novo: la revolución en el cine de Brasil

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Por Alberto Molina

Brasil es nuevamente el foco de atención del mundo gracias a los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro. Aprovecho esta oportunidad para señalar que la grandeza del país no sólo radica en su territorio, las bellezas naturales, su sex appeal o el fútbol. De hecho, este país latinoamericano ha fungido como pilar ineludible del cine de la región desde sus inicios.

No es exageración decir que el cinema novo brasileño, activo entre los años cincuenta y setenta, es una de las corrientes más reconocidas y respetadas en la historia de la cinematografía occidental. La influencia de las corrientes realistas europeas (principalmente francesa e italiana) le dio las bases para proyectar su arte, realidad y denuncias a través de la pantalla grande. Las demandas sociales en su forma más cruda, de la mano con escenarios naturales y la  autenticidad de los actores no profesionales fueron suficientes para aprender que menos es más (hablando sobre todo de presupuesto). La era de “una cámara en la mano y una idea en la cabeza” había comenzado.

Textos como O proceso do Cinema Novo de Vianny y Cinema novo, cinema engajado de Calleari dan testimonio de las implicaciones y sucesos que marcaron a esta corriente y viceversa, así como sus formas y fondos, identidades, discursos y estéticas muy particulares.

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Muchos consideran a Rio, 40 graus, de 1955 como la cinta precursora del movimiento. Fue realizada por Nelson Pereira dos Santos, quien junto a Glauber Rocha resultaron los principales exponentes durante sus tres grandes (y fugaces) periodos. Filmes como Vidas secas (1963) y Deus e o diabo na terra do sol (1963) son consideradas piedra angular del movimiento, siendo la primera fase la más importante de las tres que lo conforman.

La primera es la más grande y significativa, de 1960 a 1964, con filmes en blanco y negro filmados esencialmente en el noreste de Brasil, siendo la zona más azotada por la pobreza, la violencia y marginación, ocupada por campesinos que continuamente luchaban contra las sequías y la indiferencia de la sociedad, así como del gobierno en turno. Todo esto quedaba plasmado con total transparencia en las producciones, dando amplio lugar a la improvisación, al elenco conformado por la misma gente de las localidades viviendo tales dificultades en medio de la opresión religiosa y del hambre.

Este periodo termina abruptamente con el Golpe de Estado de 1964, en el que los cineastas que integraban este círculo (entre ellos Joaquim Pedro de Andrade, Ruy Guerra, David Neves y Carlos Diegues) comenzaron a replantear el sentido idealista y de denuncia de su producciones, llevándolas a analizar más el contexto político que en ese momento el país vivía con la dictadura militar. Fue inusual que, a pesar del desmantelamiento de la democracia, el arte y la cultura (con orientación más popular y nacionalista) obtuvieron un apoyo holgado del gobierno de facto. Gracias a esto, el cinema novo en su segunda etapa continuó su marcha hasta el nuevo golpe de 1968, con cintas como O bravo guerreiro de Gustavo Dahl (1968) y O desafio de Cesar Saraceni (1965).

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Tras el segundo golpe, la represión se endureció hasta el punto en que prácticamente cualquier clase de oposición, resistencia o crítica hacia el gobierno era brutalmente reprimido, anulado y perseguido con sangrientas consecuencias. Es entonces cuando la tercera etapa comienza, de manera más sutil y camuflada con metáforas y alegorías que permitieran esquivar la censura de la dictadura. El humor y la acidez suavizaron el discurso de los cineastas en sus películas, además de que ahora el cine dependía mayormente del capital extranjero.

Esta serie de factores llevó a la caída del movimiento, dejando este tercer periodo prácticamente cerrado entre 1972 y 1974. Desde la entrada del nuevo gobierno militar, producciones como Macunaima, de Joaquim Pedro de Andrade en 1969, dejaron de lado el realismo y la vanguardia, enfocándose más en el lado simbólico, artístico, humorístico y folklórico de Brasil.

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Con todo y la corta duración del cinema novo, su vigencia sigue intacta. Su influencia se ha hecho notar en el cine brasileño actual desde los años noventa. No sólo se trataba de evidenciar la indignación por las terribles condiciones de vida del país, sino llevarla de la mano con la identidad de sus pueblos, desplazar la invasión extranjera, a Hollywood y aquello que no reflejara la realidad social.