Huellas indelebles: de la permanencia de los Beatles en el espacio
Por Eduardo Paredes Ocampo
Fuera de una bandera, un diseño conciente, una ergonomía es el rastro que la vida legó a la luna. Talla 10, talla 9, talla 7…: diez y ocho diferentes marcas de un camino y, en algún sitio, también de vagar. Las huellas de botas espaciales cifran, silenciosas para quien se asome, nuestra civilización.
Hoy, con esas mismas suelas pisan el distrito de St Pauli, Hamburgo, las prostitutas. La moda ha saboteado a la ingeniería y, como siempre, se sabe el oficio por el calzado. Moon boots, del astronauta a la prostituta muta el caminar: la perpetuidad de una huella en basalto extraterrestre se borra cada madrugada en la calle de Große Freiheit, legendario lugar donde tocaron, por primera vez fuera de Inglaterra, los Beatles.
Señales radiofónicas, cápsulas con lo que somos orbitan ninguna parte. En el silencioso espacio, para quien la escuche, Let It Be resuena junto a varios compendios del humano, como el famoso disco de oro de las naves Voyager. Si hay vida en cualquier planeta sabrán de los Beatles. Pero, aún con tal deseo de enseñarlos afuera, aquí, en parte, los perdemos: Indra, el bar donde John Lennon cantó para los alemanes de la posguerra permanece cerrado. Una constelación de luces neón anunciando cantidad de tugurios, las acosantes prostitutas, aparte, lo opacan. El melómano que peregrina se pierde. Entra a cualquier antro y, entre la estridencia electrónica, sólo pude imaginar un remoto Ob-la-di, Ob-la-da.
Quizá, si en la tierra todo se consume, el espacio nos consuela. Paradigmático lugar, en casi toda cultura, de la bienaventuranza, de la vida después de la muerte, hoy nuestras pretensiones para el cielo parecen más profanas. Sin embargo, aparte de ciencia, aparte de colonialismo, hay tintes sacros en las exploraciones siderales. Como la religión, que aporta permanencia para el olvido, queremos quedar en otra parte. De tantas veces borrados los pasos de Cristo en Tierra Santa, de tantos Budas demolidos por fanatismos musulmanes, aprendimos a guardarnos lejos; fuera del bullicio y la violencia, más cerca del silencio.
Más que respuestas, la ciencia y la religión preguntan. En la eterna soledad del ser, en nuestra debilidad, imaginamos interlocutores. A Dios y al diablo, al extraterrestre, les decimos así somos –así sufrimos, así cantamos, así, caminando, hemos expandido nuestra especie más allá del planeta- sólo para saber cómo otros lo hacen. A la vez que rastro, las huellas son ansiar un tercero.
Así escribo…