Una fuerza que actúa desde hace siglos: el Post-punk

Sociedad_Postpunk

Por Juan F. Hernández Herrerías

Las protestas reiteradas de las asociaciones de “padres de familia”, de los buenos empresarios, de los funcionarios de Partido y los “líderes políticos”, en fin, de todos aquellos que mejor que nadie son emblema del Progreso y la Acumulación de capital, sus repetidos ataques a los “desvíos” o “vicios” de la historia del arte (el manierismo, el expresionismo alemán, el rock and roll de los sesenta, por mencionar algunos ejemplos) pueden ser ya motivo de gracia, un hecho trillado, pero contienen una verdad esencial.

La vida normal-capitalista exige al arte que se acote a sí mismo, que sea un cuadro en la pared. Un intersticio de festividad en medio de la normal vida productiva (sobre este tema, ver “De la Academia a la Bohemia y más allá” de Bolívar Echeverría). Los seres humanos, se supone, deben ir a trabajar durante el día, y después de una jornada en que han contribuido a la producción, descansar en sus hogares, disfrutar del consumo de algunos objetos. En esa esfera, se concibe al arte como el consumo de una peculiar clase de bienes que deben servir únicamente al entretenimiento, al descanso, a la mejora del humor, a la recarga de las fuerzas para afrontar el trabajo del día siguiente. En un cuento de Ítalo Calvino, el obrero Marcovaldo se divierte construyendo con la nieve que ha caído una ciudad distinta a la ciudad “real”. La nieve ha cubierto las calles y es posible jugar con esa materia, crear “otro lugar”; sin embargo, Marcovaldo estornuda fuertemente, sacudiendo la nieve, y ante él aparecen “las cosas de todos los días, afiladas y hostiles”. El arte para la vida productivo-capitalista parecería ser esa nieve que cubre por unos momentos las cosas, un juego dúctil, que desaparece cuando es necesario que las cosas “reales” emerjan: las oficinas, las fábricas.

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La organización normalizada de la vida condena al arte a ser un cuadro en un muro gris, la captura de un instante de naturaleza distinta en medio de la hostilidad de la cotidianeidad. Se exige al arte ser funcional a la vida productivo-capitalista, colaborar con ella, el espectador debe mirar su serie de televisión e irse a dormir satisfecho, permanecer en el carril. Para colaborar, el arte debe contener un diseño que no contradiga la visión de mundo de la dominante organización productiva; en ese sentido podemos decir que se exige al arte ser “realismo”, pensando en la definición de Paul Westheim: “La objetividad de un realismo artístico reside en su concordancia con la vigente concepción del mundo.” (Ideas fundamentales del arte prehispánico en México) Pertenecer al género fantástico o de la ciencia ficción no exime de la participación en ese “realismo”, porque, en la mayoría de los casos, al trazar mundos “imaginarios” se reproduce en ellos la misma disposición de los elementos, el mismo diseño general, que existe -que se difunde que existe- en el mundo “real”. Parafraseando a Adorno, el “escape” que proponen esos productos es en verdad sólo una reiteración más grave del “desierto” (Mínima moralia).

Las mejores rebeliones del mundo del arte a estos hechos han provenido de los que han tomado como bandera la crisis de la representación (es decir, del realismo) y la modificación de la vida por medio del arte, el deseo de que éste abandone los muros, que destruya los muros. Este ejercicio consiste en poner en interrogación la idea de que “el mundo es como dicen que es” y mostrando, mediante obras, que “el mundo puede ser otra cosa”, que la difusión hegemónica de la forma que tiene el mundo es solamente la de una forma entre otras, una posibilidad entre otras.

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Habría que pensar al Post-punk en su similitud con otras corrientes de la historia del arte. Esos muchachos de las “Art Schools” que buscaban una vida excéntrica, experimental, se parecen mucho a los bohemios de inicios del siglo XX, que pugnaron por hallar la manera de que el arte transformara la vida, de que el arte se volviera un dispositivo disruptor, trastornador, que atentara contra la normalidad laboral y ética del mundo establecido. Como ellos, el Post-punk entendía al arte no como una actividad realizada durante una hora al día, sino el eje mismo alrededor del cual una nueva vida debía tejerse. El arte como modelo de la producción en general.

No por nada fue algo común entre las bandas de Post-punk despreciar lo que venía de Estados Unidos, lo que participaba de la estética normal de ese país, que es el mayor exponente de la producción desmesurada y acrítica, salvaje. Pero lo que sucedía en “América” durante la década de los sesenta también podría pensarse como una extensión, un brote más, de lo que ocurrió en Europa a inicios del XX: el rock parecía ser ese dispositivo disruptor que podía servir como eje para una nueva vida. La experimentación hippie fue uno de los últimos intentos radicales de la transformación de la vida por el arte. Casi inmediatamente después del “fracaso” hippie, surgen los punks en Europa, que quizás tenían objetivos más de confrontación que de una “construcción alternativa”, pero no me parece exagerado incluirlos en la lista.

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El poco tiempo que pasa entre hippies, punks y post-punk no me parece una señal de enfermedad o de cansancio de los movimientos alternativos, sino ante todo un signo de urgencia. Podría decirse que todos ellos fueron derrotados, que al final la Industria Cultural de la que hablaban Adorno y Horkheimer hizo una mercancía inocua (inocua para el sistema capitalista) de todo lo que estos grupos pensaban que podía ser un objeto revolucionario. El arte con el que las vanguardias del siglo XX habían creído iniciar una nueva época del ser humano, con el que pretendían dislocar todos los mecanismos de la vida social, son ahora enmarcados para la exhibición en los museos subvencionados por el Estado. De igual modo, parecería no quedar ya ninguna idea revolucionaria en los discos de post-punk. La letra de “Get the balance right” es una letra como cualquier otra.

Pero, ¿esto significa que no es posible realizar un arte disruptor, transformador? ¿el constante fracaso de sus partidarios es la expresión de su impotencia? Para no ver las cosas de un modo tan sombrío, viene a bien recordar la distinción que hacía Bolívar Echeverría entre la idea de “movimiento” en Occidente y en los indígenas americanos. Para el primero, movimiento significa una agrupación masiva que persigue ciertos objetivos en cierta coyuntura y que una vez pasada ésta, habiendo vencido o fracasado, pierde su razón de ser. Para los segundos, un movimiento es una fuerza que viene desde la Historia, que surge en distintos momentos con distintos precisos objetivos, pero que viene siempre de lo mismo, que va siempre a lo mismo. Echeverría dice que la izquierda anti-capitalista contemporánea debería plegarse a esa segunda definición de “movimiento”. Pienso que debe hacerse lo mismo con respecto al arte alternativo. Vanguardias, bohemios, hippies, punks, no han sido grupos en soledad, derrotados para nunca volver, sino brotes distintos de un mismo movimiento general que actúa en la realidad desde hace siglos, y del que cabe esperar siempre nuevas formulaciones, hasta que sus diseños puedan ser aprovechados