Sobre las fotografías de Carlos Muñoz Portal, Narcos y la justicia poética

Por Eduardo Paredes Ocampo

Recientemente uno de los scouts quien trabajaba buscando locaciones en México para filmar la cuarta temporada de la serie Narcos fue encontrado sin vida en un paraje rural del Estado de México. El cuerpo de Carlos Muñoz Portal fue hallado en el interior de su auto, con varios impactos de bala. Supongo que el material fotográfico dentro de su cámara –su instrumento de trabajo– revelaba los páramos perfectos para la historia del narcotráfico en México. Pero ahora es evidencia de la PGR.

La doble función –estética y evidencial– de la fotografía hace de su interpretación algo problemático. Por los ojos del licenciado López López, un burócrata típico del sistema de justicia mexicano, desfila lo que –puesto en video por los productores de Narcos– pudo haber sido arte. Descontextualizadas, desestetizadas en un rincón de la procuraduría, las fotografías cuentan otra historia: revelan los senderos de un crimen.

Hay, sin embargo, un punto en común entre ambas maneras de leer una fotografía. Las dos tejen historias, las dos se internalizan como narraciones. En el criminólogo, en el esteta, el proceso se repite: ha de crearse un alrededor. “Atar cabos” es de uso común para ambos.

Sin embargo, la forma de tratar el objeto difiere. El rapsoda –o, en este caso, el guionista de Narcos, sus productores– se valen de los vacíos consubstanciales a la fotografía. Para ser atractivo, para establecer una presentación efectiva para el público, su producto debe depender de la plasticidad que rodea al hecho –aún más cuando la obra trata sucesos reales. Para el forense –o, en este caso, para el Lic. López López– la oquedad que la evidencia naturalmente deja lo frustra. Su trabajo consiste en rellenar los huecos y entre menos profusos y profundos sean, mejor.

Por más distantes que se encuentre los dos trabajos, su fin último los asemeja. La justicia poética les es común. Debe saldarse, en primer lugar, la deuda del narrador –cineasta– con la palabra –imagen. ¿Cómo y por qué la adquirió? Porque tanto con la letra como con la imagen se comete un acto de violencia. El artista saca de su hábitat natural elementos de la existencia –la lengua, el espacio visual– y los fuerza a entrar en un contexto del todo artificial: su obra. De encumbrarlos, de sublimarlos consiste lo justo de su pago. Si falla en ello, la violencia acaecida aparecerá en forma de superficialidad y lo poético se habrá perdido.

En principio, el forense busca traer justicia a su caso particular. Sin saberlo, sin embargo, le viene lo poético –de ahí quizá el gran éxito de novelas, series y, en general, de todo el género policiaco. También en su quehacer existe un encumbramiento. Para explicar lo inexplicable –el crimen– el Lic. López López debe sublimar ciertos aspectos de su narración. La psicopatía del criminal, sus motivos, los segundos decisivos donde forcejeó con la víctima, todo se engrandece para encontrar salida lógica. La realidad multi-causal, caótica y compleja debe domarse elegantemente para encontrarse con un patrón de nuestra mente simple.

En el fondo, las fotografías tomadas por Carlos Muñoz Portal serán transformadas en narración. No aquella para la que, tras la lente de los creadores de Nacos, estaban destinadas; sino aquella que los burócratas de la PGR le hagan. Esperemos que sea tan siquiera de ahí donde se encuentre justicia poética.