El regreso de Caligari: un siglo de cine expresionista alemán

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Por Alberto Molina

El expresionismo surgió como una corriente artística entre finales del Siglo XIX y principios del XX en oposición a otras contemporáneas como el impresionismo, naturalismo y aquellas científicas y de pensamiento que hacían sintonía con el arte, como el positivismo. Lejos de reflejar la realidad, el expresionismo buscaba distorsionar sus formas, colores y percepciones, dando un giro radical a la idea y ánimo que lo “real” transmitía. Regularmente el resultado era un tanto macabro y oscuro, remontando su estética hacia lo sombrío.

Esa era la esencia del cine expresionista, que aunque llegó un poco tarde al auge de este estilo, se consolidó como una de las artes que más fuerte adoptó a este movimiento artístico y cultural durante la segunda década del siglo XX. En general, éste no sólo fue uno de los actos de apertura en la estética del siglo en cuestión, sino también pionero del movimiento de vanguardia que irrumpió con el cambio de época llegado con la Primera Guerra Mundial.

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Directores como Paul Wegener, Robert Weine y Fritz Lang son algunos de sus principales exponentes. Del primero, su obra El estudiante de Praga (1913) es tal vez la primera cinta expresionista de la que se tenga memoria. Con muchos desperfectos técnicos acuestas (recordemos que habrá avances tecnológicos y creativos posteriores a esta producción), un elemento decisivo en la inclusión de este filme ignorado en la historia del cine es su aportación a la consolidación del cine expresionista alemán.

Con la codirección de Carl Boese y después de un par de intentos, Wegener aportó un golpe mayor con El Golem (1920), referente obligado del expresionismo germánico en la pantalla grande. Más allá de la historia, ésta incluye al ícono de la figura del terror (en este caso el Gólem) hecho de materia inerte que cobra vida. Esto después influiría a otras como Frankenstein o Nosferatu.

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El expresionismo alemán también se caracterizó por un ambiente lúgubre que coloriza las emociones negativas como la angustia. Generalmente las formas, las perspectivas y la iluminación solían ser asimétricas, a veces puntiagudas y exageradas; las tomas eran laberínticas y mostraban no sólo las acciones del personaje, sino cuidaban que esa estética angustiosa figurara en el encuadre.

El terror era, la mayoría de las veces, el eje que movía la historia, enriquecido con lo deformado y oscuro de lo visual. Las cintas no necesariamente debían pertenecer a ese nicho para ser expresionistas (por ejemplo, las inspiradas en casos o novela policiacas); incluso esta variante fue una de las que dio origen al cine noir años más tarde.

Al expresionismo en el cine también se le conoció como Caligarismo, en obvia referencia a la que es considerada la obra cumbre de esta corriente alemana en la historia: El gabinete del doctor Caligari (1920), dirigida por Robert Wiene. Las características mencionadas en los párrafos anteriores son cumplidas casi a cabalidad por esta película; es decir la ambientación, el terror y la estética. La historia, en la que un doctor hipnotiza a un sonámbulo para que cometa una serie de crímenes, fue escrita como una analogía de las acciones del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial.

Fritz Lang también fue un cineasta emblemático de esta época, con cintas como Metrópolis (1927) y M, el vampiro de Düsseldorf (1931), en las que los contextos exagerados y fantasiosos implicaron también un aporte significativo al expresionismo alemán. Por otro lado, la introducción de escenarios naturales y el guiño al romanticismo en Nosferatu (1922) de Friedrich Wilhelm Murnau logra una pequeña pero importante hazaña al introducir elementos no tan propios del expresionismo, lo cual incluso podría interpretarse como uno de los primeros indicios de cine posmoderno que se consolidarían más de medio siglo después.