Donnie Darko: esquizofrenia para salvar el mundo

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Por Alberto Molina

Donnie Darko es de esas cintas que me dejó más preguntas que respuestas la primera vez que la vi; también es de aquellas que hacen notorias las obsesiones de su creador y la oscura profundidad de las realidades paralelas en su mente. Hoy en día esta cinta es considerada una película de culto y, por supuesto, existen muchos motivos para verla de ese modo. Por cierto: hay bastante spoiler aquí.

Para empezar, este filme de 2001, dirigido por Richard Kelly y protagonizado por Jake Gyllenhaal, habla sobre cómo Donnie se convierte, más que en un héroe, en un mártir al salvar las vidas de sus seres queridos sacrificando la propia, cuando un cohete cae sobre su casa, concretamente en su habitación, matándolo de forma instantánea. Para esto, Frank, un tipo en disfraz de conejo tétrico, se convierte en una especie de ‘mentor’ que dirige a Donnie hacia el destino que le deparará a todos sus allegados si él logra salvarse, por medio de la creación de un universo tangente.

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A partir de toda una serie de acontecimientos que pretenden mostrar una realidad alterna a la que Donnie, quien sufre de esquizofrenia estaba destinado a vivir, una serie de probables contradicciones o caminos aparentemente innecesarios tienen lugar dentro del filme. Tal vez la propia cadena de hechos es evadible en cierto sentido, sin embargo hay quienes piensan que se trata de un destino ineludible para asimilar el amor y la muerte, abstracciones que dirigen el curso de la película en vestimenta de impulsos y sentimientos.

Como dije al inicio, Donnie Darko parece un filme lleno de contrariedades y aparentes vacíos que más bien resultan justificables dependiendo el criterio individual del espectador. Es decir, hay espacio para la libre interpretación, ya que de todas formas, todos los caminos llevan a una respuesta tanto confusa e incomprobable, como certera y posible.

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La película está plagada de referencias a la obra de Stephen King y de cineastas como Stanley Kubrick y Martin Scorsese, por mencionar algunos. Por ejemplo, la escena de las bicicletas de E.T. (1982) es replicada en el filme de Kelly. Parte de la línea dramática que siguen otras obras también es citada en el texto fílmico, como el proceso cíclico en el inicio y final, en medio de la nublada claridad entre los tiempos reales y oníricos, como se ha visto en cintas como El Mago de OZ (1939).

Por otro lado, en algunas escenas se revela lo que está por ocurrir. Entre ellas, la escena inicial con el tema principal del soundtrack: “The Killing Moon“, de Echo & the Bunnymen (1984), que habla de la supremacía de la muerte como destino por encima de la voluntad (o como dicen por ahí: cuando te toca, te toca). No hay que desestimar las alusiones religiosas, como la propia analogía del sacrificio de Jesús para la salvación de los suyos.

Los grandes complementos de la cinta son, sin duda, su estética oscura y paranoide, así como la banda sonora. El panorama sombrío no satura en ningún sentido y, por el contrario, ayuda a densificar cierta lentitud en varias escenas a propósito de la confusión intencionada de la obra. Además, el soundtrack cuenta con los benditos sonidos de bandas como Joy Division, The Church, Tears for Fears, Pet Shop Boys y los mencionados Echo & the Bunnymen, acompañadas de las pistas ambientales de exquisita negritud.