Desde Allá o el mírame pero no me toques (maricón)
Por Violeta Orozco @ultravioletra
Todo deviene borroso. El barrio delincuencial, la gente que lo puebla, las ambulancias y camiones que pasan por ahí como sonámbulos. El viejo mira todo como si estuviera en un trance intenso, eliminando de su panorama todo lo que no sea el nítido objeto de su interés: un muchacho pobre caminando por las calles purulentas de Caracas. Este es el planteamiento de la primera película del director Venezolano Lorenzo Vigas, galardonada en la Bienal de Venecia del año pasado, estrenada en México el pasado 12 de octubre en el Cine Tonalá ubicado en la colonia Roma.
Aunque el tema de relaciones amorosas (o pseudoamorosas) imposibles sea un cliché más gastado que las rosas en San Valentín, el tratamiento del tema es inquietante hasta llegar a lo incómodo, pues es difícil adivinar lo que Armando, el dentista cincuentón busca con tanto ahínco en los bajos fondos de Venezuela. Si fuera simplemente sexo, la película sería previsible, si fuera amor, sería comprensible aunque un poco patético (hay de lugares a lugares para ir a pescar en aguas profundas). Si bien, “el hombre de la chamarra azul” es un poco lastimero, ofreciéndole dinero en la calle a los muchachos que persigue para masturbarse con su imagen ya una vez que los tiene semidesnudos frente a él, no se entiende por qué se arriesga a que uno de los ladroncillos lo despoje de todas sus pertenencias y lo mate ya dentro de su casa.
No obtiene (ni pide) sexo ni amor, ni (mucho) placer ni cariño, sólo un círculo delirante que recuerda a la tentación intermitente de “Ese obscuro objeto del deseo” buñueliano, al que persigue una y otra vez hasta acabar exhausto y furioso, harto de ser el esclavo de los caprichos de un joven endemoniado. Obscuro objeto que una vez deja de ser perseguido empieza a perseguir al viejo Armando desquiciadamente, borrando los contornos entre lo legal y lo ilegal, lo real y lo que parece imposible.
Porque definitivamente el que un joven persiga a un viejo de hábitos escabrosos no es muy común que digamos. Algo ha de faltarle al joven Eder para que vea en el viejo un objeto amable, alguna carencia emocional igual de honda que la que tiene Armando para que el joven ladrón insista reiteradamente en ir a buscarlo a su consultorio o casi tirar la puerta de su casa para que le abran. Evidentemente, necesita dinero y un modo de subsistencia un poco menos freelancero que la ratería, pero no se va cuando el dentista le ayuda a comprarse un carro, sino que hasta le presenta a su familia, gesto evidentemente ambiguo y difícil de leer para el que creía que la relación no era “seria,” y sobretodo considerando el contexto altamente homófobo de su clase social, quien lo margina al enterarse de su desliz. Es decir que ser homosexual en este contexto es peor que ser delincuente.
La situación se vuelve tan enrevesada que el desenlace no se ve por ninguna parte, parece difícil que ambos personajes, con intereses tan aparentemente incompatibles, puedan convivir sin odiarse o traicionarse. Los dos están solos y heridos, pero tampoco saben acompañarse (o acompañar a nadie, a juzgar por las pésimas relaciones que manifiestan con los demás en la película). Sin embargo el joven no está aislado, tiene su pandilla, su familia y su coche. El dentista, en cambio, tiene un trauma pasado con su padre que no ha podido resolver, cosa que también se manifiesta en su persecución silenciosa de una figura paternal que trabaja cerca de su consultorio.
Saber quién de los dos está más desquiciado o es más peligroso es algo difícil por la poca información sobre la vida pasada de cada personaje que presenta la película, y por lo reservados que son aún entre ellos. Por más lógico que pudiera parecer que Eder deje a Armando después de que éste le completa para el coche y lo cura de una herida, el adolescente comienza a perseguirlo, (¿buscando qué?), hasta que Armando termina hastiado del chamaco maleducado y es ahora quien lo empieza a rechazar. Pero Eder es necio y no lo deja en paz hasta que Armando también comienza a aceptarlo,( ¿esperando qué?).
Todo deviene borroso, y la respuesta sólo podrán saberla viendo la película ya sea en Cine Tonalá o en la Cineteca Nacional, en donde se encuentran actualmente en cartelera, para que ustedes juzguen por sí mismos cuáles son las motivaciones verdaderas de estos dos inusuales personajes y decidan si el director se merece el León de Oro de Venecia o si prefieren hacer su propia versión de los obscuros caminos del deseo en esta Latinoamérica resquebrajada.