Pocas veces el humor es horrorizante, sádico y con tintes suicidas
Por Alberto Molina
Cuando hablamos de cine, Jamie Travis no es un nombre que suene muy familiar, sin embargo tampoco es nuevo. Su material más conocido (y probablemente su mejor acierto) es su trilogía de cortometrajes “The saddest children“.
Pocas veces (realmente pocas) el humor es horrorizante, sádico y con tintes suicidas. Entre más contrastes, más inocencia rota: la premisa ideal. Si ésta no se entiende, los cortos la explican de manera brutal con la más digna de las búsquedas: la catarsis y la libertad.
Why the Anderson Children Didn’t Come to Dinner (2003)
La primera de estas oscuridades relata la rutina de tres niños que lo tienen todo, excepto el amor y la libertad que buscan y no encuentran, desahogándose en gajitos de sadismo cubiertos de blancura y pureza. Su madre, robótica e inexpresiva, prepara una cena especial a la que ninguno de los niños acude.
Los colores chillantes, globos y flores de la superficie difieren con la esclavitud y monotonía del espíritu. Una pequeña porción asesina de la mente libera la frustración de una madre y sus tres hijos, todos rindiendo homenaje a la esencia libre de los felinos sin poder siquiera ejercerla en sus vidas.
The Saddest Boy in the World (2006)
Desde el título, la declaración es tan fuerte como radical. Timothy es el niño más triste en un mundo lleno de color, fiestas de cumpleaños y helado. Que mejor forma de celebrar para él que llamando a la muerte con un helado en la mano… excepto por un detalle: Timothy no alcanza helado.
En este corto (como en el resto de la trilogía), el sabor dulce de la música es tal vez una silueta aguda y con máscara de la marcha fúnebre que se respira. Además, la mezcla inusual de esencias aparentemente incompatibles -como la niñez y el suicidio- vaya que generan polémica, empezando en nuestra cabeza.
The Armoire (2009)
Aaron juega a las escondidas con su mejor amigo y, después de buscarlo por todas partes, no lo encuentra. Conforme pasa el tiempo, también lo buscan sus padres y moviliza a toda la nación para dar con su paradero. El aparente trauma que le deja a Aaron el extravío de su amigo lo hace someterse a terapia y hasta a una sesión de hipnosis, la cual da un giro macabro al recuento de los daños.
En The Armoire, el suspenso está por encima de la comedia, con tonos visuales mucho más sobrios mostrando un lado más oscuro de la inocencia. La tendencia a la muerte está más latente que nunca.