La vida es teatro y no un efímero aplauso

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Por Nallely Pérez

El teatro no necesita de cámaras, de luces sí y sin acción no sería. Asistir a una puesta en escena es un ritual en el que uno puede verse exento de pantallas de dispositivos móviles titilando en la negrura. Los auditorios se disponen para ser un espacio en el que la voz retumba, no al sonoro rugir del cañón, pero sí desde cajas torácicas que no son robots, aún.

Los apuntadores no son gadgets usados entre los teatreros, para ellos, éstos son una especie de sacrilegio, confían en la memoria. El cine está lejos y la posteridad a la que propugnan es la de un efímero aplauso, el cual no se digna al bravo y suele ser mudo, por más que se ponga de pie a veces.

No son necesarias las plataformas ni tampoco las máscaras, la indumentaria griega no es requisito. Tampoco es como en antaño sólo cuestión de hombres, el teatro isabelino no es lo que era y eso que dios sigue salvando a una Isabel nonagenaria que no es católica ni europea ya; no es lo que era, no, pese a que Felipe sea por sexta vez nombre de monarca y apelativo de ése que en 2015 vino a Zacatecas, no precisamente al teatro Calderón, aunque puede le haya quedado de paso…

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Haya sido como haiga sido (sic), el Cervantino todavía no arriba y durante los últimos días, para precisar, del uno al 11 de septiembre, la Perla Tapatía vivió una insólita racha de sold outs que ni en Broadway se han de ver. En su más reciente entrega la Muestra Estatal de Teatro (MET) no logró desquiciar la ciudad pero vaya que hizo rabiar a centenares de fallidos espectadores y, claro, impactó por su envergadura a otros tantos.

La versión jalisciense de la MET llegó a su vigésima edición, la cual —a excepción del 2001, 2007 y 2008— se ha realizado de manera ininterrumpida desde 1994. A decir del funcionario cultural Jorge Fábregas (quien parece no tener nada más en común con Virginia y Manolo Fábregas que el teatro en sí) esta muestra anual es antecedente ¡cuna! de la Muestra Nacional de Teatro (MNT), ya que, en los setenta, Guadalajara cobijó el Festival Nacional de Teatro (¿?), pionero en la organización de esta clase de encuentros a nivel federal.

Un total de 25 obras representadas en foros pequeños, como Periplo, e imponentes, como el teatro Degollado. Asimismo, hubo mesas de diálogo y talleres especializados, cítese “El vestuario como pasaporte de identidad” y “El montaje express”. Una auténtica fiesta de la dramaturgia a la que, como es natural de los festivales de arte, resulta agobiante y/o absorbente —intentar— seguir el paso, si no eres parte de la caravana.

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La muestra fue nuevamente una panorámica no regionalista, pues sí algo caracteriza al teatro es su universalidad, ediciones español-náhuatl de Esperando a Godot (UNAM) así lo abalan pero ¿qué es la literatura dramática sin las tablas? La diferencia entre leerla y observarla como espectáculo estiba en que en el segundo de los casos, cobra vida, anima.

Obras de distinta índole dieron el obligado toque de pluralidad. Hubo títeres, El secreto de Papá; madrazos, Knockout; hadas, Viperina y el jardín de la Muerte; Gokús, Kame Hame Ha; La danza de los destinos, y no podía faltar mucho Shakespeare. El ambidiestro de Stanford fue el protagonista de las dos últimas jornadas, el sábado 10 de septiembre con la Compañía Criolla de Buenos Aires y su particular adaptación de bolsillo de Romeo y Julieta y un día después con “Algo de un tal Shakespeare”, una versión más de sus obras completas abreviadas que gracias a su toque innovador dio un merecido cierre a la festividad.

Por dos fines de semana se hizo más circo y maroma que de costumbre. Apuestas de teatro documental, La fábrica: memorias de la línea, también estuvieron presentes y no para recodarles al público los zapatitos con nombre de uno de los tres países de Norteamérica que calzaron en la infancia, sino para con senda iluminación evidenciar un hecho consumado y hasta cierto punto intrascendente entre los no afectados, el despido masivo que hubo cuando esta cadena de zapaterías mutó de razón social.

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Más elogiable fue Ñaque o de piojos y actores, pieza metateatral que exhibe a una dupla de actores que lleva cuatrocientos años intentando en una atmósfera beckettiana representar la misma obra ante un siempre cambiante público. El español del siglo XVII que mastican los dos únicos personajes provoca un efecto de anacronismo perturbador.

En esta línea, la representación de Antígona accionada desde el marco del juicio penal puso énfasis en la modernidad de la que gozarán siempre los dramas clásicos, vigencia que no puede negársele a la amorosa hija de Édipo y Yocasta, engendro del incesto que en contra de los pronósticos no padeció de anomalía congénita alguna.

Otros montajes, Salto de canario y ¿En qué estabas pensando? en apariencia se visualizan como progres por hablar de redes sociales o bullying, sin embargo, lo que aseguraran con su fabulesco argumento son éxitos taquilleros auspiciados por preparatorianos que involuntariamente irán a verlos por mandato de sus profesores, los cuales quizá dan el mayor soporte económico a compañías teatrales mexicanas que no pierden de vista que el amor al arte no basta.

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Por otra parte, el hecho de que Entre machos, mochxs, somos bien muchxs haya coincidido en fecha y horario con la marcha por la familia, que tuvo en la capital jalisciense su más numerosa comitiva, fue un guiño del azar. Dicha comedia hace posible en una cantina tapatía el encuentro de La Minerva (la más emblemática estatua de la ciudad) y la tal doña Beatriz Hernández, (fundadora de la urbe), quienes hacen una radiografía de una Guadalajara que, como Jano y el zodiacal Caballero de Géminis, tiene dos caras.

En resumen se podría afirmar que la MET representó un rotundo éxito, su promoción, la calidad de las compañías teatrales invitadas y las tarifas simbólicas de las entradas así lo hicieron posible. No obstante, el asistente hubiera querido un poco más, una segunda e incluso tercera función (como El Grito) no habrían estado de sobra pero qué va, los actores estaban muy ocupados en cumplir el protocolo o, tal vez, en la premiación que no les fueron necesarios más aplausos ni tampoco más carcajadas, porque en el gran teatro del mundo de hoy sea drama o comedia el público ríe, aun doliéndose.