Onírica añoranza de ángeles caídos

Fallen

 

Por Romi TO

En la película Fallen Angels, Wong Kar-Wai nos adentra en los fríos suburbios de Hong Kong valiéndose de un mundo completamente onírico y melancólico, en el cual los personajes tienen un factor común: el irritante desamparo. Observamos al asesino a sueldo encarnando al frío hombre que no necesita amor en su vida para subsistir, siendo la soledad en persona, pero necesitando a la vez la compañía femenina que demanda la sexualidad. La prostituta nerviosa y enamorada en secreto de su socio que esculca la basura de su amado para averiguar lo que pueda de él y que llora por un amor al que nunca ha tenido frente a frente. Por último, está el obscuro joven mudo que trabaja por las noches en comercios ajenos y se divierte torturando a un asiduo cliente. Tiene una relación dependiente con su padre y desea encontrar al amor de su vida. Todos ellos ángeles caídos emanando la poesía de la melancolía y el vals de la ausencia de amor.

Violencia desatada. Humor negro y alucinante. Luces de neón y cielos nublados por el humo del cigarro. Esos son los elementos cómplices de Wong Kar-Wai en esta cinta que nos da un golpe fortísimo en lo más profundo del alma: el miedo a la soledad de cualquier forma en la que ésta se manifieste. En Fallen Angels los personajes casi se rozan, son similares, podrían ser compañeros en las madrugadas frías y solitarias que operan todos los días, pero no desean ni siquiera conocerse. Son fieles a la distancia y a la dificultad de relacionarse con las personas. Pero desean ser amados aunque sea en secreto o temporalmente.

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La voz en off se hace presente en cada uno de los protagonistas y de esa forma el espectador logra conocer lo que los fragmenta y lo que sienten después de la cotidianeidad de cada noche. La fotografía es impecable y nos envuelve en un universo irreal que hipnotiza y aturde, no queremos ser esos ángeles que no tienen a nadie. No deseamos convertirnos en esos seres borrosos y difuminados por la noche. Sin embargo la atmósfera nos abraza y es inevitable no compartir ese quebranto.

El acompañamiento sonoro juega un papel preponderante que invita al espectador a dejarse guiar en la estética nocturna que el director sabe maniobrar con superioridad. Destacables son también las escenas cargadas de fuerte erotismo donde no se enseña nada, pero el estruendo y los plano secuencia emanan la sexualidad explosiva del amor que no se grita, del que se guarda y se sufre.

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Así Fallen Angels se presenta ante los ojos de un mundo que es la mayor parte del tiempo indiferente, solitario. Un mundo frío para hacer nuevos amigos. Se proyecta ante una sociedad que va sobreviviendo y deslizándose día a día y que determina lo que está bien y lo que está mal. Lo que se debe y no hacer. Estereotipando a todos los humanos y etiquetando como inadaptados a los que lucen diferente. Haciendo del amor un sentimiento exclusivo para ciertos individuos y limitando la compañía a quienes puedan pagarla.

Nada distantes nos encontramos de los personajes de Wong Kar-Wai y es por tal motivo que nuestras fibras se ven conmovidas por la pesadumbre de la melancólica historia.

Los personajes de la cinta se enamoran de formas poco convencionales. Por amor se ha de gastar la última moneda en la rockolla para hacer sonar una canción que se llevará adherida a la piel. Por amor se arriesga la vida en el último trabajo, aún sabiendo que probablemente no se regrese completo a casa.  El amor puede presentarse en un restaurante, dar la espalda y no voltear nunca a ver, mucho menos dirigir una palabra. El amor puede rebasar toda circunstancia, vencer y viajar en motocicleta sin conocer su destino, eso es lo que menos importa.