Lo que el viento se llevó: imágenes de Instagram en Corea del Norte
“As nações são todas mistérios.
Cada uma é todo o mundo a sós.”
Fernando Pessoa
Por Eduardo Paredes Ocampo
Recientemente David Guttenfelder, uno de los fotoperiodistas más aclamados en temas asiáticos, introdujo un teléfono inteligente a Corea del Norte. Con él, logró, hacer públicas en Instagram, 41 imágenes inéditas al resto del mundo. A través de su lente, un relato predomina: aquél que narra una civilización barrida por el viento.
Los países comunistas son relojes rotos. Para muchos, el tiempo se detuvo en los cincuentas y sus coches, su arquitectura y hasta su gente dan prueba de ello. Sin embargo, cuando para muchos, al caer la Unión Soviética, las manecillas retomaron su marcha, los más empecinados -Cuba, Corea del Norte- volvieron a quebrarse. Los noventas ya no representan una simple parálisis: lentamente su maquinaria empezó un recorrido contrario. De los clásicos Ford 59, de los austeros Landas soviéticos al transporte tirado por bestias: la Revolución Industrial devino, de nuevo, Neolítica, lo digital retornó a lo analógico.
Azotó el hambre esos pueblos. Si el conjunto de las Guerras mundiales generó millones de muertos por hambruna, el fin de la Guerra fría proporcionalmente aportó la segunda catástrofe alimentaria del siglo XX. Sin que una bala fuera disparada, sólo en Corea del Norte más de un millón han perecido en penuria. A estos fenómenos demográficos corresponden, naturalmente, fenómenos culturales: mientras el castrismo se aferró a Martí, el régimen empezado por Kim Il Sung paradójicamente tradujo y ávidamente consumió Lo que el viento se llevó.
¿Cómo se entiende que una de las obras cumbres de la literatura norteamericana sea, desde entonces hasta hoy, de los libros más leídos en la Pyongyang comunista? En primer lugar, el libro de Margaret Michell y la película de Victor Fleming se prestan a lecturas marxistas. A la mitad de la obra, Scarlett O’Hara (Vivien Leigh), desolada Tara, su tierra natal, por la Guerra Civil Norteamericana, obliga a todos sus habitantes, desde el ex esclavo negro hasta sus burguesas hermanas, a pizcar algodón. El hambre tanto en Corea como en la obra cumbre de Clak Gable (Rhett Butler) son temas omnipresentes: “I’ll never be hungry again. No, nor any of my folk. If I have to lie, steal, cheat or kill. As God is my witness, I’ll never be hungry again!”, dice Scarlett O’Hara a la mitad del filme. Asimismo, constantemente aparecen reproches y críticas contra los “Yankees”, los invasores Norteamericanos de la Unión. Que exista continuidad cultural directa entre aquellos seguidores de Abraham Lincon y los odiados “súbditos” de Clinton, Bush o Obama parece bastante improbable; sin embargo, una lectura lo suficientemente politizada y maniquea los puede equiparar.

View from The Grand People’s Study House. Notice the two huge mosaics of two Kim’s in the middle of the photo.
Pero, sobre todas la razones, Lo que el viento se llevó es una obra que al mismo tiempo en que presenta imágenes de desolación, posee un tono nostálgico. Los pasajes desolados en la nieve de David Guttenfelder hacen eco a la excelente fotografía de Ernest Haller para la película. Desde las escenas de decadencia arquitectónica –Atlanta arrasada por el paso del Ejército de la Unión- hasta los absurdos desfiles de la maltrecha tropa Confederada resuenan en “Saturn shaped planetarium named Three Revolution Exhibition Hall” y “Troops march in Kim Il Sung Square”. La primera gallardía de los sureños, ilusos ante el devenir de la guerra, y su postrer desengaño, ¿no recuerda a la incoherente gala militar que los “Korean War veteranas” llevan con ojos cansados?
Lo que el viento se llevó, la gran historia del amor fallido (a la tierra, entre humanos) a miles de kilómetros y a cientos de años de distancia, narra literariamente la épica propia de los norcoreanos. Amantes de un pasado remoto, en un romance imposible con el gran Clark Gable de la historia, el pretérito mundo socialista, el pueblo asiático vive de nostalgia. Reparar el reloj de la historia, hacer marchar al mundo sus manecillas, a través de las fotos no censuradas de Guttenfelder parece improbable. Al final de la obra, cuando Rhett Butler definitivamente abdica al amor, la empecinada heroína todavía exclama: “Tara! Home. I’ll go home. And I’ll think of some way to get him back. After all… tomorrow is another day!”