¡El Cyborges violó a mi marido! Parte 6.

 

Fotorama de la película: El Cyborges: la máquina pornócrata

Fotorama de la película: El Cyborges: la máquina pornócrata

Por José M. Vacah

@JoseMVacah

 

Encontraron el cuerpo de mi marido, asesinado…bla, bla, bla. Se acabó todo señor Durán, bla, bla, bla, olvídese del dinero, maldito imbécil, la cagaste, dígale adiós al dinero maldito tarado, la cagaste, se le escapó el dinero señor Durán, lo dejó ir, la cagaste, adiós a sus sueños ambiciosos, a su riqueza imaginada, la cagó, la cagaste Durán, váyalos a buscar a la morgue, como yo, vaya a buscar a la morgue, para identificarlos, para despedirse de ellos. Ah, se me olvidaba, vaya… vaya y chingue a su madre.

La voz de la vieja de Amado Lars le seguía dando vueltas en el coco, pinche madre.

Cómo no lo sospeché ayer, chingada madre, la nota en el periódico… era él, era él el pinche muerto. ¿Pero por qué lo asesinó el Cyborges? Se suponía que sólo era una máquina violadora Tuvo que dar un volantazo para no arrollar a un ciclista. No dejaba de pensar. Con el volantazo alcanzó a volarle el retrovisor al Tsuru con una camioneta de redilas estacionada.

—¿Tienes chorro o cuál es la prisa compadre?— exclamó Tambor Ojeda agarrándose de la manija perchero para no salirse del auto por si se abría la pinche puerta de algún chingadazo.

Llegaron a su oficina, discreto apartamento que rentaban en la colonia Obrera, en un pedo mal tronado.  Coca Durán estaba furioso, que digo furioso, furiosísimo, sus ojos lanzaban chispas, y bufaba como un toro de Lidia. La furia lo había vuelto un buen conductor, o mal conductor según el punto de vista de cada quién, porque en esta ciudad para ser bueno hay que ser malo.

No tuvieron necesidad de abrir la puerta, el cerrojo estaba volado de un plomazo.

El departamento se encontraba revuelto, muebles tirados, cajones abiertos, objetos destrozados. Había sangre en el piso, en la pared un mensaje sangriento. Clavado al muro el conejo mascota de Tambor Ojeda se retorcía agónicamente.  Una alcayata atravesaba al animal por el estómago, los culeros lo habían clavado vivo, tal vez lo habían torturado los culeros, sí, lo torturaron y eso explicaría las manchas de sangre en el suelo.  Tambor Ojeda había tenido ese pinche conejo de mascota desde que tenía 8 años, nadie se explicaba cómo, después de casi treinta años el conejo seguía vivo, pinche conejo hijo de toda su chingada madre vitalicia. Era un milagro de la ciencia o un hijo de Satán ese pinche conejo. Pero ya no, ahora sí le habían dado cuello. Al ver al Checho herido de muerte, Néstor Daniel Ojeda Popo, mejor conocido como Tambor, profirió un alarido de dolor tan profundo que asustó a toda la colonia. En ese mismo instante, ante el cuerpo de su amigo Checho, juró venganza, no descansará hasta encontrar a los asesinos, los hará pagar. El gordísimo detective se desvaneció en el sillón, era doloroso ver a un policía gigantón llorar, los policías no lloran, carajo, los policías no lloran.

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Los viejos detectives privados, pierden algunas batallas parciales, se rompen la madre, se quiebran varios dientes y pierden la camisa en el trayecto o se arruinan el traje, pero terminan resolviendo su caso y ganándose el respeto y el salario. Pensó Durán. Pero los policías de ahora, los detectives de ahora, pierden o ganan batallas, qué importa, se rompen la madre, pierden  dientes, la camisa, el traje, ven morir a sus hijos, a su esposa, a algún ser amado o a todos, como el pinche Checho, y si no los quiebran en el camino, terminan trabajando para el narco, y el caso nunca se resuelve, en este pinche país no se resuelven los casos, se investiga o se hace como que se investiga, los detectives de ahora hacen como que investigan y si no los quiebran en el camino, terminan ganándose el respeto y  el salario. “Pinche Durán —se dijo en voz alta a sí mismo— siempre la cagas, otra vez perdiste lana, si sigues así tendrás que trabajar para los narcos, ya renunciaste al gobierno, ¿qué te queda? Te estás volviendo pendejo”.

Jorge Alberto Durán Chávez se buscó su cajetilla de Malboro en los bolsillos y recordó que no la llevaba, sólo traía su encendedor Zippo camuflajeado, lo arrojó sobre la mesa de centro de la sala, al arrojarlo se percató de que había un recado.

Encontramos sus papeles. Los tomamos prestados. Su trabajo deductivo me ha impresionado señor Durán. Si nos ayuda en la investigación por las buenas, el gobierno sabrá recompensar su participación. Llame, es lo mejor que puede hacer: 55 39 57 80 10

“¡Carajo! —había olvidado los papeles— ¡Toda la pinche investigación robada!”  Se llevó la palma al rostro y se arrugó la cara en un gesto de cólera. El estómago le ardía, no había desayunado, pero también le ardía el culo, y el pene, le ardía la boca y las ideas, sobre todo le ardían las ideas en el coco. Coca Durán rompió el papel. Entró al baño y se lavó la cara.

Ya fue mucho de hacerte pendejo Durán, te la va a pelar el pinche Cyborges, te la van a pelar todos, el pinche Gobierno que anda tras de ti te la va a pelar.  Vas a cobrar la lana que ya era tuya, porque tú no eres un detective, no… hace mucho tiempo que dejaste de serlo… tú… tú eres un cobrador, y todos te la van a pelar, el mundo es una mancha en el espejo, y en esta mancha, a ti te toca cobrar. En esta pinche mancha culera, hay de dos sopas, o cobras o pagas. Y se la van a pellizcar todos…porque ya es hora de qué les empieces a cobrar.

Recogió su cajetilla de Malboro, sacó una pistola Colt .38 super que usaba de repuesto y se la guardó en el cinturón, recogió algunas cargas para su Bulldog .38, y le dijo a su compañero:

—Deja de llorar como mariquita sin calzones pinche gordo. Es momento de acabar con todo esto, vamos por tu venganza…y por la mía.

Metieron en la cajuela del Tsuru el frigorífico con el esperma criogenado de Paz, unos cartuchos de dinamita que guardaba Coca Durán de su época en el ejército, y una pila de libros.

Vamos al hotel, dijo al Gordo, tú manejas.

—Nunca esperé de ti una propuesta cómo esa, Coca. Pensé que sólo te gustaban los menores de edad.

—Sólo me gustan los menores de edad, pinche Gordo calenturiento. A ti te quiero para otra cosa—y se echó a reír como un puerco.

Fotorama de la película: El Cyborges: la máquina pornócrata

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Coca Durán miraba a través de la persiana de la habitación del hotelucho, en una mano tenía un libro de poemas de David Huerta. Y en la otra mantenía el celular pegado a la oreja.

—¡David! Acabo de terminar tu libro Incurable, tardé años en leerlo, me pareció una gran vergota, déjame ser franco contigo, es una gran y reverenda vergota.

—¿Quién carajos habla?—inquirió con furia el bardo.

—Soy yo, tu amigo, Durán, Coca Durán. ¿No te acuerdas de mí? Yo siempre me acuerdo de ti. Recuerdo, por ejemplo, que te salvé el pellejo una noche en Chiapas. Una noche calurosa, en la que bebías cerveza en un congal, con un grupo de guerrilleros pendejos. El queso que nos dieron de botana era una mierda, estaba podrido como las pirujas que nos bailaban.

—¡Vete al carajo Durán! ¡Maldigo la hora en que te conocí!

—Todos mis amigos me dicen lo mismo. Soy afortunado. Dejemos las muestras de afecto y vayamos a lo que nos truje. Necesito que me devuelvas el favor. Escúchame bien claro. Quiero que lleves cinco de tus alumnos poetas, hombres, tienen que ser buenos… buenos poetas ¿eh? y  atractivos, guapos ¿me entiendes? Lleva a los más rostro que tengas, de preferencia si son güeritos ¿entiendes? Gü-e-ri-to-o-os. Y que tengan buen culo, bu-en-cu-lo ¿ok? A la dirección que te voy a indicar más tarde. Te llamaré más tarde capullo. Pero para esa hora, ya debes tener a los muchachos.

—¡Jamás haré tal cosa maldito degenerado miserable! Conozco tus perversiones sexuales. ¡Maldito enfermo!

—Déjate de mojigaterías Huerta. Esta noche no me los voy a coger yo…

—¡Me rehuso a poner en peligro a mis alumnos!

—Te prometo que no les haré daño, ni dejaré que nadie los toque. Te doy mi palabra.

—¡Tu palabra vale lo mismo que la mierda de Quevedo!

—Ya me cansé de ser bueno contigo. Tu carro está estacionado frente al restaurante La Conchita. Lo estoy observando. Mandaré a alguien a que te siga, y si no haces lo que te digo… No quiero benrrinches Huerta. Me debes una. Y esta noche me la vas a pagar, será la última vez que nos veamos, te lo juro—y colgó.

—¿Vas a querer que lo siga?—preguntó Tambor mientras bebía el último sorbo de la botella de Viña Real que se había traído del departamento. Estaba poniéndose ebrio, solo intentaba ahogar la muerte de su amigo Checho.

—No es necesario. Huerta hará lo que le digo. Está enfermo y… creo… quiere vivir sus últimos días feliz, al lado de sus seres queridos con paz y tranquilidad. Sin nuestra asquerosa presencia rondando  su  vecindario.

A muchos kilómetros de distancia otra conversación siniestra se fragua en alguna oscura oficina de la Secretaría de Gobernación.

—Hace falta solo una pieza para terminar…—dijo el coordinador de la operación Culito de lata, con una voz que parecía un tronidero de pinacates, al secretario de Gobernación Osorio Chong— Sólo un muerto más Jefe, un muerto que no importa, como todos los muertos que fabricamos, se llama Jorge Durán…

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